El aprendizaje en la vida cotidiana (primera parte)
El aprendizaje no solo es la habilidad o capacidad para adquirir conocimientos, conducir o saber jugar al tenis, sino sacar provecho de nuestras experiencias para adaptarnos al mundo que nos rodea de una forma eficaz. Gracias a nuestra capacidad de aprendizaje, podemos rectificar nuestro comportamiento, moldear ciertas conductas ineficaces, adquirir habilidades sociales, lidiar de mejor forma con el malestar. y mucho más. Como imagináis este tema da para muchísimo, así que el objetivo de este artículo es introducir de manera breve conceptos base, de una forma menos técnica. ¡Esperamos que os sea de utilidad!
¿Qué es el aprendizaje?
Partiendo de que el don más importante que nos ha dado la naturaleza es el de la adaptabilidad, la capacidad para aprender formas nuevas de comportamiento que nos permitan afrontar las circunstancias siempre cambiantes de la vida, el aprendizaje sería definido entonces como un cambio relativamente permanente en nuestro comportamiento provocado por una experiencia.
Esperanza para el futuro
El aprendizaje es, por encima de todo, una fuente de esperanza para el futuro. Lo que podamos aprender ahora quizás lo necesitaremos más tarde (como padres, amigos, educadores…). Lo que en este momento nos condiciona quizás pueda modificarse con otro aprendizaje que permita adquirir nuevas estrategias, lidiar de mejor manera con el malestar, o rehabilitarnos.
Vamos, el hecho de que ahora seamos poco afortunados en algo, timidillos, o con dificultades para ser cariñosos, no tiene porque durar siempre. Así que el aprendizaje es la garantía de un devenir más equilibrado porque los seres humanos somos los que tenemos más capacidad de modificar nuestro comportamiento a través de ésta original herramienta, los únicos que podemos confiar en que hoy es el primer día del resto de nuestra vida y que estamos dispuestos a seguir aprendiendo para mejorar.
Sabiendo esto ya de antemano, podemos entrar a darle un repaso a las teorías más relevantes sobre este tema y entendiéndolo desde un punto de vista más cercano, sin tantos tecnicismos, con ejemplos que nos pasen a todos. Aquí vamos.
Condicionamiento clásico
Supón que estas esperando tu turno en una larga fila ante una de las cajas del supermercado (ese mismo que estas pensando). Es pleno invierno, la temperatura afuera es muy baja. Cada vez que se abre la puerta automática de entrada, penetra una ráfaga de aire frío en el interior y te da en la cara. Cuando esto sucede, claro, tú te estremeces y te encoges. Ahora bien, supón que inmediatamente antes de que se abra la puerta, escuchas el sonido amortiguado del mecanismo que la hace funcionar. Al principio quizás lo ignores, pero después de que te pegue el airazo en la cara un par de veces comenzarás a estremecerte y a encogerte al escuchar el mecanismo, antes de que la puerta se abra y entre el viento.
Iván Pavlov (1849-1936), premio nobel de medicina, probó en uno de sus experimentos que si a un estímulo neutro, como es la comida, se le asocia uno condicionado, como puede ser una campanilla, el animal acabará salivando al percibir el sonido de la campanilla aunque no haya comida a la vista.
La anticipación al miedo
Ahora supón que viajas en el metro. De golpe se apagan las luces y queda el vehículo atrapado en un túnel entre dos estaciones. Nadie puede salir, claro. La situación dura lo suficiente como para que se desencadene en ti una respuesta de angustia (temblores, palpitaciones, escalofríos, sensación de ahogo y miedo intenso). El metro se pone en marcha, y bajas despavorido en la próxima estación que no es la tuya. Desde entonces, cada vez que bajas las escaleras del metro ya tienes una sensación desagradable de ansiedad; si evitaras subir al metro, podrías desarrollar una fobia a éste
Un ejemplo muy famoso es el del pequeño Albert (en 1924). Un estudio, por desgracia, con consecuencias desastrosas. Este estudio demostraba cómo se inician ciertos temores específicos, ciertas fobias. El sujeto escogido fue un niño de once meses, Albert, que como la mayoría de los niños, tenía miedo a los ruidos pero no así a las ratas. Entonces le mostraban una rata blanca, y cuando el pobre extendía la mano para tocarla, golpeaban un martillo contra una barra de acero situada detrás de su cabecita. A los cinco días se observo que el niño generalizaba su respuesta condicionada, pues reaccionaba atemorizado cuando le mostraban un chucho, un conejo, e incluso ¡un abrigo de piel! Curiosamente, no mostró esa reacción frente a los juguetes, peluches o similares.
Discriminación
Es necesario que distingamos entre estímulos de apariencia similares. Pongamos el ejemplo de un individuo que diariamente escucha el tic-tac de su despertador y el ruido del termostato de su refrigerador. Los sonidos reproducidos por su el reloj van acompañados invariablemente por otro fuerte y molesto del despertador, por lo cual no tardan en lograr que emitamos respuestas condicionadas (reacciones de fastidio o incluso de ansiedad moderada). No ocurrirá así con el refrigerador y el resultado final será que la persona adquirirá poco a poco la capacidad de discriminar con mucha precisión estímulos relativamente similares.
Así como la generalización, la discriminación es valiosa para la supervivencia. A estímulos ligeramente diferentes siguen consecuencias muy diversas; y ello permite la adaptación. Nuestro corazón puede sobresaltarse ante un ruido inesperado de un cohete, pero permanecer indiferente al escuchar el ruido del tráfico.
El proceso de extinción
Si careciéramos de un mecanismo para suprimir las reacciones que ya no son indicios fidedignos de la aparición de los fenómenos del acondicionamiento, rápidamente seríamos fardos cargados de inútiles reacciones condicionadas. Afortunadamente, poseemos un medio para eliminar esta clase de reacciones: el proceso de extinción.
Cada vez que un estímulo previamente condicionado (la famosa campanilla) se presenta si el estímulo no condicionado con el que se asoció antes (el alimento), su capacidad de suscitar respuestas condicionadas se debilita hasta desaparecer por completo. Solo podemos evitar este final inexorable si, de vez en cuando, “recordamos” la situación inicial (proporcionando el alimento).
Recuperación espontánea
Ésta se produce cuando el mismo estímulo condicionado, después de un período de descanso, vuelve a presentarse tiempo después, provocando la respuesta que había sido condicionada por ese mismo estímulo.
En un principio pues, la extinción frena la respuesta condicionada, más que eliminarla. Serán necesarias más “desconexiones” entre el estímulo condicionado y el no condicionado para que llegue el momento del cese definitivo de la recuperación espontánea. Este proceso hace que sigamos reaccionando con angustia ante palabras “examen” tiempo después de terminar con nuestra actividad académica, que miedos o fobias vuelvan a molestarnos cuando pensábamos que ya estábamos curados o que sintamos otra vez el “gusanillo” del tabaco o del alcohol, a pesar de habernos librado, en teoría de ellos. Estos ejemplos de la vida cotidiana están sometidos a otros factores (adicciones, personalidad, fuerza de ciertos estímulos, etc.), sin embargo, la recuperación espontánea es un descubrimiento muy valioso para comprender muchas cosas que nos acontecen en nuestro ir y venir de un aprendizaje a otro.
Condicionamiento operante
Durante los años que has ido a la escuela, a la universidad o incluso a algún curso, debes de haber tenido contacto con decenas de maestros y profesores. Algunos de ellos probablemente habrán sido muy estrictos, mientras otros habrán preferido premiar las conductas intelectuales apropiadas antes que castigar las incorrectas, es decir, con la intención de incitar los pequeños logros, paso a paso, prestando más atención a las actitudes positivas.
Los estudiantes que “sobrevivieron” al primer sistema habrán podido adquirir un sentido “competitivo” y muy riguroso, con el cual su bagaje ante los retos constantes de la vida académica les será a priori útil. Pero también habrán desarrollado más ansiedad de la deseable y algunos expresarán aversión al método e incluso a todo lo que suene a “pedagogía”.
El otro grupo de profesores se habrá ganado un lugar cálido en el corazón de los alumnos; pero el afecto por un maestro no garantiza necesariamente el aprendizaje de las aptitudes básicas necesarias para ala adaptación a las futuras situaciones adversas.
Castigos y recompensas
Este ejemplo de la vida cotidiana nos muestra cómo nos movemos en un constante vaivén de recompensas (esas las buscamos diariamente) y castigos (que pretendemos evitar), los cuales guían nuestras conductas más complejas. Ya hemos visto cómo el condicionamiento clásico vincula los estímulos neutros con las respuestas simples e involuntarias. Pero ¿cómo aprendemos otras formas más variadas y voluntarias de comportamiento? Una cosa es enseñar a salivar al gatito cuando escucha el bolso de las croquetas o a un niño a temer los vehículos en la calle, y otra muy distinta es que uno aprenda a bailar (aunque sea patosamente) una rumba o que un niño aprenda inglés.
Muchas de estas funciones están reservadas a otro tipo de aprendizaje que se encarga de inculcarnos esas formas de conducta. Se trata del condicionamiento instrumental u operante, mediante el cual un sujeto tiene más probabilidades de repetir los comportamientos premiados y menos de continuar con las formas de conducta castigadas.
Las acciones siempre traen consecuencias de uno u otro tipo. Por ejemplo, decirle “te quiero” a alguien dará un resultado muy diferente al esperado si la frase se pronuncia tartamudeando. Sin mencionar que igual y el “te quiero” tiene funciones aversivas para el otro. ¿Veis como da para mucho?
En conclusión, hay una conexión directa e importante entre las acciones que ejecutamos y las consecuencias que se derivan de ellas. Y éste es el proceso que conforma el condicionamiento operante, porque el acto opera sobre el ambiente para obtener estímulos compensatorios o positivos. Me gustaría compartiros este vídeo, muy básico pero creo que de mucha utilidad. Acordaos que podéis activar los subtítulos en español.
Por Karemi Rodríguez Batista
Fuentes:
Aprendizaje y capacidad de adaptación (2007). En Enciclopedia de la Psicología (Vol. 2, 77-92 pp). España: Océano.
Domjan, M. (2012). Principios de aprendizaje y conducta. (5ªed) Madrid: Paraninfo.